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martes, 18 de septiembre de 2012

Las cabras del pastor Kaldi

Región de Kaffa en Etiopía
El pastor Kaldi vivía en una región de Etiopía llamada Kaffa, allá por los años 800 de la era cristiana. Su oficio de cuidador de cabras le obligaba a buscar cada jornada, lugares adecuados para llevar sus animales a pastar.

Un día cualquiera sus pasos le llevaron, a él y a sus cuadrúpedos, a un lugar donde crecían unos arbustos con flores blancas y frutos rojos, que sus cabras empezaron a comer sin vacilación. Aunque Kaldi lo dudó, no impidió a los animalitos consumir aquellas cerezas.

Para su sorpresa, y unos minutos después de ingerir aquellas fruticas, las cabras iniciaron una serie de jugarretas y correteos que parecían no cansarlas. Supuso que las cabras habían enloquecido (nada que ver con las vacas locas, claro). Kaldi estuvo preocupado el resto del día: de regreso al redil y durante la noche su preocupación no se atenuó. Llegó a creer que sus cabras morirían.

A la mañana siguiente, trasnochado y sin haber descansado lo suficiente, fue hasta el corral. Otra sorpresa. Sus cabras estaban en perfectas condiciones. Ninguna había muerto. El espíritu investigador de Kaldi lo hizo volver al hogar de tan extraña planta, y permitir de nuevo que sus queridos mamíferos comieran aquellos frutos. Los resultados fueron los mismos: agitación, carreras, saltos, empujones, juegos…

Cabras "cafeinadas"
¿Qué tendrían de especial estas pequeñas esferas rojas?¿Cómo saberlo?¿A quién preguntarle? ¡Ahhh!.  Se le ocurrió una idea. ¡Los monjes del monasterio Cheodet! Decían que aquellos monjes eran las personas más sabias de la región.

Tomó una muestra de hojas, flores y frutos del arbusto y dejando seguras sus cabras, se dirigió al monasterio para presentar su descubrimiento a la sabiduría monacal.

La primera prueba hecha a la muestra fue la de la cocción en agua. El líquido resultante tenía un sabor tan desagradable que el monje experimentador decidió botar el resto de la muestra de hojas, flores y frutos, al fuego consumidor.

Mientras Kaldi y los monjes dialogaban sobre los extraños efectos del consumo de las semillas, sintieron en el ambiente un aroma nuevo, desconocido, pero muy agradable. ¿De dónde venía? Del fuego en la cocina. ¡De las bayas que se estaban quemando!

Uno de los monjes retiró del fuego una de las ramas que tenía frutos ya suficientemente tostados y preparó una infusión con unos cuantos de ellos. El aroma les parecía delicioso. Al beberlo, el sabor ya no era tan desagradable. Pero lo mejor de todo, para ellos, fue el efecto estimulante que tuvo sobre sus cuerpos. Y comprendieron ahora, el comportamiento inusual de las cabras de Kaldi.

Aroma de café
Hallaron pues maravilloso el descubrimiento de Kaldi. Y ahora era necesario bautizarlo. El abad del monasterio propuso llamarlo Kaaba (piedra preciosa de color café) y otros propusieron el nombre de Kawah, en honor a un rey persa de nombre Kavus Kaique. Imagino que donde manda abad no manda monje y se quedarían con el nombre propuesto por el jefe.

Según parece, encontraron una nueva forma de estimulante que excitaba a las cabras, quitaba el cansancio a los pastores (de cabras), y alegraba las oraciones de los monjes. Y hoy día quita el sueño a los que trabajan hasta tarde, mantiene despiertos a los vigilantes, calienta a los friolentos o simplemente cataliza una charla de compadres o comadres.

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