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Región de Kaffa en Etiopía |
El pastor Kaldi vivía en una región de Etiopía llamada
Kaffa, allá por los años 800 de la era cristiana. Su oficio de cuidador de
cabras le obligaba a buscar cada jornada, lugares adecuados para llevar sus
animales a pastar.
Un día cualquiera sus pasos le llevaron, a él y a sus
cuadrúpedos, a un lugar donde crecían unos arbustos con flores blancas y frutos
rojos, que sus cabras empezaron a comer sin vacilación. Aunque Kaldi lo dudó,
no impidió a los animalitos consumir aquellas cerezas.
Para su sorpresa, y unos minutos después de ingerir aquellas
fruticas, las cabras iniciaron una serie de jugarretas y correteos que parecían
no cansarlas. Supuso que las cabras habían enloquecido (nada que ver con las
vacas locas, claro). Kaldi estuvo preocupado el resto del día: de regreso al
redil y durante la noche su preocupación no se atenuó. Llegó a creer que sus
cabras morirían.
A la mañana siguiente, trasnochado y sin haber descansado lo
suficiente, fue hasta el corral. Otra sorpresa. Sus cabras estaban en perfectas
condiciones. Ninguna había muerto. El espíritu investigador de Kaldi lo hizo volver al hogar de
tan extraña planta, y permitir de nuevo que sus queridos mamíferos comieran
aquellos frutos. Los resultados fueron los mismos: agitación, carreras, saltos,
empujones, juegos…
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Cabras "cafeinadas" |
Tomó una muestra de hojas, flores y frutos del arbusto y
dejando seguras sus cabras, se dirigió al monasterio para presentar su
descubrimiento a la sabiduría monacal.
La primera prueba hecha a la muestra fue la de la cocción en
agua. El líquido resultante tenía un sabor tan desagradable que el monje
experimentador decidió botar el resto de la muestra de hojas, flores y frutos,
al fuego consumidor.
Mientras Kaldi y los monjes dialogaban sobre los extraños
efectos del consumo de las semillas, sintieron en el ambiente un aroma nuevo,
desconocido, pero muy agradable. ¿De dónde venía? Del fuego en la cocina. ¡De
las bayas que se estaban quemando!
Uno de los monjes retiró del fuego una de las ramas que
tenía frutos ya suficientemente tostados y preparó una infusión con unos
cuantos de ellos. El aroma les parecía delicioso. Al beberlo, el sabor ya no
era tan desagradable. Pero lo mejor de todo, para ellos, fue el efecto estimulante
que tuvo sobre sus cuerpos. Y comprendieron ahora, el comportamiento inusual de
las cabras de Kaldi.
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Aroma de café |
Según parece, encontraron una nueva forma de estimulante que
excitaba a las cabras, quitaba el cansancio a los pastores (de cabras), y alegraba
las oraciones de los monjes. Y hoy día quita el sueño a los que trabajan hasta
tarde, mantiene despiertos a los vigilantes, calienta a los friolentos o
simplemente cataliza una charla de compadres o comadres.
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